1.37.11.22: Zorras, divas, y el falso empoderamiento femenino en medio de un genocidio

Queridas y queridos sincronautas:
En una época marcada por el ruido, la urgencia y la confusión, el concepto de “empoderamiento femenino” se ha transformado en un producto mediático. Hoy, más que nunca, resulta necesario preguntarse: ¿lo que hoy se llama empoderamiento femenino… es real o es una máscara?
El Festival de Eurovisión 2025 nos ofrece un marco perfecto para analizar esta cuestión. En los dos últimos años, España ha apostado por propuestas que, supuestamente, representan el empoderamiento de la mujer: “Zorra” de Nebulossa (2024), con su tono provocador y desafiante, y “Esa diva” de Melody (2025), con un enfoque más amable y “luminoso”. Ambas comparten un rasgo: promueven una imagen de mujer reactiva, individualista, que se define a través del sistema y su validación externa. Pero ninguna de ellas conecta con la raíz profunda del poder femenino auténtico.
No hay conexión con la ciclicidad natural del cuerpo y la vida. No hay guía desde la sabiduría interior. No hay comunidad ni cuidado mutuo. En lugar de encarnar el arquetipo de la mujer sabia, conectada a la Tierra, a su útero y a la intuición, estas representaciones refuerzan una idea de empoderamiento que nace como reacción, como respuesta defensiva, y no como creación autónoma desde la esencia. Son narrativas diseñadas por y para el mismo sistema que históricamente ha oprimido a la mujer. Y lo más doloroso es que muchas jóvenes, desconectadas de su linaje y su poder interno, las asumen como referentes.

La mujer lunar, la que vive en sincronía con los ciclos de la naturaleza, no necesita proclamarse poderosa. Lo es en su silencio, en su presencia, en su capacidad de sostener la vida, la verdad y el amor. Su poder no se impone, irradia. Sabe cuándo actuar y cuándo esperar. Honra su menstruación y su intuición. Se guía por el ritmo del cosmos, no por la urgencia impuesta por el reloj ni por la exposición constante. Este tipo de poder no encaja en los parámetros de la industria musical, ni interesa al sistema mediático porque es incontrolable y profundamente transformador.

Eurovisión, que se presenta como un certamen musical europeo con vocación de unidad cultural, hace años que se ha transformado en una plataforma política disfrazada de entretenimiento. La música ha pasado a un segundo plano. Las canciones que se presentan tienen poca profundidad emocional o ideológica. Lo que se premia es el impacto, la polémica, el espectáculo. No hay propuestas artísticas que busquen elevar la conciencia ecológica, espiritual o cósmica de los pueblos. No hay canto al alma ni al misterio de la existencia. Sólo una repetición superficial de eslóganes vacíos con estética moderna.
En este contexto, la actuación de Melody no fue sólo una canción más. Hubo un hecho que marcó el ambiente del certamen: una intervención política de RTVE que expresó una postura en relación a la masacre en Gaza. Esto pudo haber influido en la puntuación obtenida por España, generando un castigo político disfrazado de valoración artística. ¿No se supone que Eurovisión es apolítico? ¿Entonces por qué participa Israel, un Estado que ni siquiera forma parte de la Unión Europea y que ha sido señalado por la ONU y por juristas internacionales por crímenes de guerra? ¿Cómo puede quedar en segundo lugar un país que está llevando a cabo un genocidio a plena luz del día, con total impunidad?

Lo que está ocurriendo no es una guerra. Es un exterminio. Palestina no tiene ejército, ni marina, ni aviación. El desequilibrio es absoluto. Gaza es una prisión a cielo abierto y está siendo bombardeada sistemáticamente. La mayoría de las víctimas son civiles: mujeres, niños, familias enteras. No se trata de justificar a Hamas ni de romantizar ninguna forma de violencia. Se trata de mirar con claridad y denunciar la desproporción monstruosa, la inhumanidad estructural. Se trata de preguntarse por qué Europa calla, por qué la izquierda se fragmenta, por qué el feminismo institucional no levanta la voz por las mujeres y niñas palestinas. ¿Dónde está ese empoderamiento ahora?
Es ahí donde la palabra “empoderamiento” muestra su vacío. Porque si no va acompañado de compasión, de justicia, de compromiso con la vida, no es poder: es ego inflado. Si el empoderamiento no sirve para proteger a las mujeres que están siendo violadas, bombardeadas y asesinadas, ¿para qué sirve? ¿Para grabar videoclips con coreografías provocadoras mientras cae una bomba sobre un hospital? ¿Para que una marca pueda vender camisetas con lemas feministas hechas por niñas esclavas en Bangladesh? ¿Ese es el poder que se nos ofrece?
El feminismo mediático ha sido absorbido. El empoderamiento que se promociona en plataformas como Eurovisión no transforma las raíces del patriarcado, sólo las maquilla. Es un empoderamiento sin útero, sin memoria, sin Tierra. Y es urgente recuperar otra visión. Recuperar el tiempo femenino. Las 13 lunas. La conciencia de que cada ciclo menstrual es una oportunidad para limpiar, para sembrar, para regenerar. La sabiduría de que el cuerpo femenino no es una herramienta de seducción o provocación, sino un templo cósmico de creación. Este conocimiento ha sido borrado de la educación, de la cultura, incluso de la espiritualidad oficial.
La solución no vendrá de los gobiernos, ni de los certámenes, ni de los discursos públicos. Vendrá del recuerdo. De la mujer que decide salirse del reloj y volver al tiempo natural. De quienes se atreven a mirar el horror de frente y decir “no en mi nombre”. Vendrá de las voces que no gritan, pero que resuenan profundo. Voces que no se venden. Que no compiten. Que no aceptan premios manchados de sangre.
Porque el verdadero poder femenino no necesita aplausos. Necesita tierra, agua, fuego y luna.
Atentamente,
Maya Galáctico 999.
Immensely Thank you for these words of truth. May UR arise from the depths of authentic integrity 🙌🏻